domingo, 28 de diciembre de 2008

Resumen de «¿Cuándo hay arte?» del libro Maneras de hacer mundos de Nelson Goodman



Nelson Goodman
«¿Cuándo hay arte?», Maneras de hacer mundos
Madrid, Visor Distribuciones, S.A., 1990
Título original: Ways of worldmaking, Hackett Publishing Company, 1978


Arte puro

¿Qué es el arte? El intento de contestar a esta pregunta suele acabar en confusión y fracaso. Quizá la solución es encontrar la manera de formularla de otro modo, ya que esta parece no ser la adecuada. Goodman se propone esclarecer cuestiones tan debatidas como el papel del simbolismo en el arte y el establecimiento del arte conceptual, adjuntando algunos resultados de un estudio sobre la teoría de los símbolos.

Se da por supuesto que los símbolos son extrínsecos a las obra de arte. Cuando hablamos de arte simbólico, suele haber confusiones en lo que respecta a lo simbólico: nos suelen venir a la cabeza obras como El Jardín de las delicias del Bosco, los relojes blandos de Dalí y luego, quizás, las pinturas religiosas. A menudo asociamos lo simbólico con lo esotérico o místico, pero lo que llama la atención a Goodman es que encasillemos una obra como simbólica porque representa símbolos, y no por el hecho de que ella en sí misma sea un símbolo. Esta relación califica como arte no simbólico a todas aquellas pinturas que no contienen representación alguna y a los géneros cuyas temáticas se nos ofrecen de manera directa, sin presentarse como símbolos: los retratos, paisajes, etc.

Por otro lado, cabe observar, que cuando elegimos determinadas obras de arte para catalogarlas en el casillero de arte no simbólico, nos solemos limitar a obras carentes de temática como el arte abstracto puro, la arquitectura o las composiciones musicales excluyendo cualquier obra que represente algo sin cuestionarnos el qué ni cuán prosaico pueda ser lo representado. A menudo se entiende que representar (ser imagen o símbolo de algo, o imitarlo perfectamente)[1] es lo mismo que referir (poner algo en relación con otra cosa)[2] y que estar-en-lugar-de es igual que simbolizar (dicho de una cosa: Servir como símbolo de otra, representarla y explicarla por alguna relación o semejanza que hay entre ellas.)[3] Esta lógica afirma que todo trabajo representacional es un símbolo y por lo tanto que el arte sin símbolos se restringe y equipara al arte que carece de temática.

Así pues: en el primer caso las obras representacionales no son simbólicas pero sí lo son en el segundo caso. El hecho de que las obras representacionales sean simbólicas en un sentido de la palabra y no en el otro no debe importarnos mientras sepamos diferenciar ambos sentidos.

Luego están muchos artistas y críticos contemporáneos que opinan que la obra de arte debe aislarse de aquello que simboliza o refiere. Según ellos la obra debe contemplarse por lo estético y no por lo que representa ya que esto es extrínseco a la obra y debemos concentrarnos en sus cualidades intrínsecas, o sea en lo formal. Una obra de arte, afirman, es lo que es y no lo que simboliza. El arte puro es aquel que prescinde de todo tipo de referencia externa ya que toda simbolización no sólo es irrelevante, sino que nos distrae y puede ser perjudicial para la obra.

UN DILEMA

Esta doctrina purista y formalista puede llevarnos a defender por lo tanto, que el contenido de obras como El Jardín de las delicias o los Caprichos de Goya carece totalmente de relevancia y que se debe prescindir de él. Pero si nos oponemos a tal doctrina absolvemos la impureza del arte potenciando lo que le es extrínseco y valorando no lo que es la obra de arte, sino lo que no es. Entonces Goodman propone: aceptar la doctrina purista como totalmente correcta, a la vez que totalmente incorrecta. Empecemos por acordar que lo que es extrínseco y extraño es extrínseco y extraño. Pero lo que un símbolo simboliza no siempre le es externo, aunque son pocos los casos. Así pues las imágenes que son imágenes de sí mismas o que se incluyen en aquello que representan son pocas y especificas. Y afirmamos: aquello que una obra representa le es externo y extrínseco pero siempre existen algunas excepciones.

Pero por todo esto ¿podemos afirmar que el purista verá satisfechas sus expectativas con cualquier obra que no represente nada en concreto? La respuesta es: no. Ya que, por ejemplo, obras simbólicas como las imágenes de extraños monstruos del Bosco o de Goya, o como las pinturas de unicornios, realmente no representan nada porque no representan un modelo real, estos seres no se encuentran en la naturaleza. Que se “represente a un unicornio” no quiere decir que se base en una realidad sino que simplemente se trata de una imagen de un unicornio. Pero aunque no representen nada no por ello satisfacen al purista. Estas imágenes siguen sin ser puras: no representan nada pero son de carácter respresentacional. Por ello será necesario que el purista, debido a que ciertos matices escapan a su teoría, modifique su discurso. Son detectables en él, otras ligeras (incongruencias o problemas) porque hay obras abstractas que por su definición no caben en el apartado de obras no simbólicas, ya que muchas de ellas pueden expresar un sentimiento, una idea o una emoción.

Desde ese punto de vista una obra de arte “puro”, sin símbolos no debe representar, ni expresar, ni ser representacional o expresiva. Por lo tanto todo lo que poseerá serán sus propias cualidades. Pero la cualidad de representar algo externo, una persona, un paisaje ¿no es acaso una cualidad más bien propia de esa pintura y no de lo externo representado? Una obra tiene características pertenecientes a las cualidades internas y externas a la vez. Por ejemplo el hecho de dónde esté expuesta la obra, o el de quién la haya realizado son ejemplos de que por mucho que dejemos de lado la representación y la expresión no podemos hallar obras totalmente exentas de cualidades externas o extrínsecas.

El límite entre las cualidades internas y externas es confuso. Los colores y las formas que podemos considerar cualidades internas de un objeto pueden ser externas porque pueden ser compartidas con otros objetos, y así el objeto primero puede relacionarse con otros que posean los mismos o diferentes colores y formas. Algunas veces se sustituyen los términos “interno” e “intrínseco” por el de “formal”, o sea: el color, la textura, el tamaño, etc., una lista a la que podemos añadir cuantas propiedades queramos. Y al decir “cuantas queramos” contradecimos el argumento de que las obras puras carecen de cualidades externas y que son las no formales las únicas capaces de relacionar la obra con lo que le es externo. Por lo tanto todavía no hemos aclarado nuestro dilema.

MUESTRAS

Una muestra es sólo una muestra de algunas propiedades y no de otras. Pero, ¿qué propiedades muestra una muestra? No todas, porque si no la muestra sería sólo un ejemplo de sí misma. El tipo de propiedad que ejemplifica una muestra varía de caso a caso, no puede entonces especificarse de antemano; por ejemplo una muestra de tela es un ejemplo de textura, color, etc., pero no lo es de tamaño o forma. Además las propiedades que se muestran pueden variar enormemente según el contexto y las circunstancias. En el caso de una muestra de tapicero, si actúa como una muestra textil, la forma y el tamaño son cualidades irrelevantes, pero no lo serán cuando actúe como muestra y ejemplo de “qué es una muestra de tapicero”, ya que en este caso será una muestra dentro de la especie “muestras de muestras de tapicero” y no dentro de la especie “muestras de tipos de telas”.

Las cualidades que importan en una pintura purista son aquellas que no sólo posee y pone en primer plano, sino que también ejemplifica, de las que ella misma es muestra. Por lo tanto incluso la más pura de las pinturas puristas tendrá carácter simbolizador ya que ejemplificar es una manera de referir no en menor medida que representar o expresar. Toda obra de arte es un símbolo, aún cuando no exprese ni represente, ya que simboliza, ejemplifica, ciertos aspectos formales que esa obra manifiesta.

Retomemos aquí la afirmación de que el manifiesto del purista es totalmente acertado a la vez que es totalmente erróneo. Es correcto en lo que dice de que lo externo es externo, en lo de que lo que representa una obra suele ser irrelevante, y al argumentar que no es prescindible que una obra represente y exprese. También acertado al acentuar la importancia de las llamadas cualidades intrínsecas, internas o “formales”. Sin embargo es incorrecto al considerar la representación y la expresión como únicas funciones simbólicas posibles en una obra de arte, al suponer que lo que un símbolo simboliza es siempre externo a él y a insistir en que lo importante en una obra es la mera posesión de determinadas propiedades y no su ejemplificación.

El arte puede carecer de una o dos de las siguientes propiedades: representación, expresión o ejemplificación, pero no puede ser arte si carece de todas ellas. Hay que tener en cuenta todas las formas en que una obra simboliza. El arte sin símbolos no existe.

Hallamos pues una clave para resolver el perenne paradigma de cuándo hay y cuándo no hay arte: la obra de arte siempre tiene función simbólica, por muy purista que sea, incluso la más purista.

Los libros de estética están repletos de intentos desesperados de hallar respuesta a la pregunta “¿qué es arte?”. Esta pregunta que a menudo se confunde con “¿qué es buen arte?”, se agudiza en el caso del arte encontrado y se agrava todavía más en los del arte ambiental y conceptual. Así ¿es una obra de arte una piedra recogida en un monte y expuesta en una galería? Y ¿El acto de andar por un prado repitiendo una y otra vez el mismo tramo hasta obtener un trazo marcado en la hierba? Si estas cosas son arte no merece la pena preguntarse si por lo tanto ¿lo son todas las piedras del monte o todos los actos y acontecimientos? o si son obras de arte porque así lo denomina un artista y porque están expuestas en espacios artísticos, o qué objetos son obras de arte. Hay que formular la pregunta de otra manera, como apuntaba Goodman al principio del capitulo. La pregunta más acertada es “¿cuándo hay arte?”.

Como sucede con la muestra del tapicero que funciona como símbolo de unas propiedades en un contexto, y no en otras, un objeto es una obra de arte en unas circunstancias y no en otras. Un objeto es una obra de arte cuando funciona como símbolo y ejemplo de una manera determinada y cuando este funcionamiento tiene determinadas características. No todo lo que funciona como símbolo de una manera determinada es una obra de arte, como no lo era la muestra textil, que también era ejemplo de algo.

Para determinar qué características identifican o indican que una manera de simbolización funcione como una obra de arte se requiere una teoría general de los símbolos. Aunque Goodman no desarrolle tal teoría, hace una propuesta tentativa de que lo estético tiene cinco síntomas:

1) densidad sintáctica, según la cual la más mínima diferencia en ciertos aspectos puede constituir una diferencia entre símbolos
2) densidad semántica, según la cual se le suministran símbolos a aquellas cosas que se diferencian de acuerdo a las más mínimas diferencias en ciertos aspectos
3) plenitud relativa, según la cual son significativos y pertinentes bastantes aspectos de un símbolo
4) ejemplificación, según la cual un símbolo, posea o no denotación, simboliza en la medida en que funciona como una muestra de las propiedades que posee literal o metafóricamente
5) referencia múltiple y compleja, y según la cual un símbolo ejerce diversas funciones referenciales que están integradas entre sí y en interacción, algunas de las cuales son directas y otras están mediadas por otros símbolos.[4]

Sin embargo estos síntomas pueden ser validos a lo relativo a lo estético y por lo tanto a la obra de arte pero no por ello la obra de arte necesita esencialmente presentar estos síntomas, y tampoco algo que presente tales síntomas será una obra de arte. Al fin y al cabo los síntomas no son sino claves. Pasa como con los síntomas de una enfermedad que no implican que tal enfermedad exista realmente, ni la carencia de ellos implica la ausencia de enfermedad.

El hecho de que estos cinco síntomas puedan casi llegar a considerarse como necesarios por separado y como suficientes todos juntos, nos lleva de nuevo a trazar las vagas fronteras de lo estético.

Que una obra de arte no sea transparente en cuanto a aquello a lo que refiere, primando sobre esto la propia obra de arte, no implica la negación o la desconsideración de las funciones simbólicas.

Así, la respuesta a ¿cuándo hay arte? va ligada a la función simbólica, lo que se aleja de la respuesta que se esfuerza en especificar las características diferenciales de lo estético con respecto a lo simbólico. Goodman apunta que afirmar que algo es arte cuando y sólo cuando funciona como arte, es exagerar y es hablar elípticamente. Un lienzo de Velázquez sigue siendo una obra de arte, al igual que sigue siendo una pintura, aunque sea utilizada como mantel y funcione sólo como tal. Al igual que una maleta sigue siendo una maleta aunque sólo se haya usado como asiento.

Goodman se ha centrado más que en qué es el arte, en qué hace el arte. Y definir lo que el arte hace no es definir lo que el arte es. El plantear el qué a partir del cuándo no sólo funciona para definir qué es un objeto artístico sino que también funciona con cualquier otro objeto, como sería una silla o una maleta.

También son inadecuadas e insignificantes las respuestas de que el que un objeto sea o no artístico -o, para el caso, una silla- depende de la intención, o de si funciona como tal o no, a veces, siempre, normalmente o exclusivamente.

Goodman señala que en vez de decir que la vida pasa y el arte queda, habría que decir que el arte al igual que la vida es efímero, es breve y pasa. Y concluye: “La manera en que funciona una obra o un suceso puede explicar cómo, por medio de ciertos modos de referencia, lo que así funciona puede contribuir a la concepción, y a la construcción, de un mundo.”[5]


[1, 2 y 3] Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 22.ª edición http://buscon.rae.es/draeI/
[4] los cinco puntos están extraídos de: Goodman, Nelson, «¿Cuándo hay arte?». Maneras de hacer mundos Madrid, Visor Distribuciones, S.A., 1990 págs. 99-100
[5] Goodman, Nelson, «¿Cuándo hay arte?». Maneras de hacer mundos Madrid, Visor Distribuciones, S.A., 1990 pág. 102

No hay comentarios: