viernes, 16 de enero de 2009

La deshumanización del arte


José Ortega y Gasset
La deshumanización del arte
Editorial Espasa , Colección Austral, Madrid, 2004


En este ensayo “La deshumanización del arte”, publicado íntegramente por primera vez en 1925, José Ortega y Gasset cuestiona, plantea y analiza el fenómeno sociológico que representó en su momento el “nuevo arte”, como él nombra. Por supuesto que es importante tener en cuenta y situarnos en el momento en el que fue escrito para entender lo que el autor expone y cuestiona, y para no olvidar a que “nuevo arte” se refiere. Hoy tenemos de todo aquello, de aquella época y las posteriores, la visión histórica que nos ofrece el paso del tiempo.

El filósofo empieza por señalar la falta de estudios sociológicos relacionados con el campo del arte y nombra el yermo intento que hizo Guyau con su libro El arte desde el punto de vista sociológico. La idea de investigar sobre esta cuestión le es revelada cuando se enfrenta la realización de una redacción sobre la nueva época musical que empieza con Debussy. Al analizar y definir las diferencias estilísticas entre la nueva música y la tradicional descubre que se trata de un problema rigurosamente estético que parte de un fenómeno sociológico: la impopularidad de la nueva música, y así del nuevo arte en general. Distingue entre el fenómeno de impopularidad o antipopularidad, y el fenómeno de lo que no es popular. Todo estilo innovador, dice, tarda algún tiempo en conquistar la popularidad, pero el “nuevo arte”, del que él habla representa un fenómeno distinto e incluso contrario a, por ejemplo, aquel que suscitó el arte que lo precede: el arte romántico. El romanticismo había sido por excelencia “el estilo popular”. Nacido junto a la democracia conquistó rápidamente a la masa, suponiendo un nuevo giro, ya que hasta ese momento el arte estaba dirigido a una minoría selecta, no al pueblo sino a la clase social alta. Él comprende que el arte del siglo XIX no es arte, sino extracto de realidad. En sus obras, los artistas románticos reducían al máximo los elementos estrictamente estéticos y las basaban, casi por completo, en la ficción de realidades humanas. Por ello era un arte hecho para la masa indiferenciada.
En el caso del “nuevo arte” Ortega y Gasset ve la obra como elemento socialmente disyuntivo, pero esta vez no entre clases económicas, se trata pues de una división intelectual. Se traza una clara línea entre dos grupos antagónicos, una minoría que entiende el nuevo arte y una mayoría que no lo entiende y por ello lo rechaza. No nos enfrentamos a una disyunción producida por el gusto individual, se trata de una separación entre una minoría especialmente dotada y una mayoría ignorante e incapaz. El autor señala: “Bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres”. Para él es inevitable la división entre masa -“…que cocea y no entiende”- y élite intelectual. Se trata de una realidad a la que la masa se resiste, es difícil de aceptar después de más de un siglo de ensalzamiento de “el pueblo” al que él denomina “factor secundario del cosmos espiritual”. Es necesario pues que la sociedad se reestructuralice y que se acepte la irrevocable escisión entre hombres egregios y hombres vulgares. Así pues es normal que el nuevo arte despierte irritación en la masa:

“Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no da lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra.”
[1]

Es imprescindible (importante) aclarar a que se refiere Ortega y Gasset con el término “deshumanización”. Apunta: “Si el nuevo arte no es inteligible para todo el mundo, entonces sus resortes no son los genéricamente humanos”. La reflexión que él hace es que la mayoría de la gente no es capaz de experimentar el goce estrictamente estético sino que para que una obra “guste” es preciso que como espectadores se sientan conmovidos, apasionados e implicados emocionalmente con lo que se les presenta. Lo que les interesa no es distinto que lo que les interesa en la experiencia cotidiana: las figuras y las pasiones humanas. Entienden por arte lo que les proporciona un contacto con aspectos humanos interesantes, capaces de conmoverlos. No conocen otra actitud ante las cosas que la meramente práctica, así pues la obra que carece de trasfondo claramente emocional y humano les deja fuera de juego.
El goce rigurosamente estético no es compatible, según Ortega y Gasset, con esa implicación con lo humano. Se trata de dos ejercicios totalmente inconciliables, contrarios, una de dos: o contemplamos el objeto artístico como tal o convivimos con lo que en él se representa. Es según él una simple cuestión de óptica, para ejemplificarlo lo compara con el ejercicio de mirar un jardín a través de una ventana: si enfocamos nuestra visión al jardín no veremos el vidrio, pasará nuestra mirada a través de éste, sin percibirlo, pero podemos también desentendernos del jardín y enfocar nuestra visión al vidrio. Por tanto, son dos ejercicios simultáneamente incompatibles y requieren acomodaciones oculares diferentes. Así pues, según él, la mayoría de la gente es incapaz de atender al vidrio y transparencia que es el objeto artístico en sí y sin fijarse en ella la atraviesa y va a revolcarse apasionadamente en la realidad humana que en la obra figura. El arte puro es quizás imposible, pero es incuestionable, dice, la tendencia a la purificación del arte de la nueva ola, que según él, llevará a una eliminación progresiva de estos elementos “demasiado humanos”, que caracterizan la obra romántica y naturalista. Este proceso llevará a un arte tan exento de componentes humanos que sólo podrá percibirse por quienes posean, ese peculiar don de la sensibilidad artística. Así pues el nuevo arte es un arte artístico, esto es: “un arte para artistas, y no para la masa de los hombres; será un arte de casta, y no demótico”.
Ortega y Gasset aclara que con todo esto no pretende alabar la nueva manera de arte, ni denigrar la anterior, sino simplemente diferenciarlas. El que a los artistas jóvenes no les haya interesado el arte tradicional, e incluso les haya repugnado es un hecho que el filósofo no pretende despreciar, sino entender. Descubre que el nuevo sentido del arte es claro, coherente y racional, y que éste no es más que el inevitable resultado de toda la evolución artística anterior. En el arte, como en la vida, no pueden repetirse eternamente las mismas fórmulas, todo estilo llega un día a su fin, las combinaciones se agotan y eso genera un cambio: el nacimiento de nuevas sensibilidades. Ortega y Gasset describe el nuevo estilo que a través de unos rasgos comunes y concretos, tiende a:
1) a la deshumanización del arte
2) a evitar las formas vivas
3) a hacer que la obra de arte no sea sino obra de arte
4) a considerar el arte como juego, y nada más
5) a una esencial ironía
6) a eludir toda falsedad, y, por tanto, a una escrupulosa realización.
7) el arte, según los artistas jóvenes, es una cosa sin trascendencia alguna.

De acuerdo con que una misma realidad se quiebra en muchas divergentes, tantas como puntos de vista existen sobre ella, podemos decir que no existe la “realidad verdadera”. Sin embargo, de todos los puntos de vista hay uno primigenio del que parten y proceden todos los demás y que en ellos va supuesto. Éste es el de la realidad vivida, o cómo él prefiere llamar: la realidad humana. El punto de vista humano es aquel en que vivimos las situaciones, las personas, nuestro entorno. Por lo tanto son humanas las realidades cuando se representan y perciben a través del aspecto bajo el cual suelen ser vividas. Al otro extremo de la realidad vivida está la realidad contemplada. Hay entre un extremo y otro diferentes grados, los de proximidad que equivalen a los grados de participación sentimental y emocional en los hechos acontecidos; y los grados de alejamiento, que por el contrario, significan grados de liberación, de objetivación del suceso real, convirtiéndolo en puro tema de contemplación. Esta actitud contemplativa es, según Ortega y Gasset, intrínseca al artista, quien pasa por alto muchos matices, quedando fuera de su percepción, el sentido interno de un hecho, de una situación, de la que sobretodo absorbe lo exterior. En el artista, puntualiza: “…hemos llegado al máximum de distancia y al mínimum de intervención sentimental”. Entonces, afirmar que el nuevo arte se deshumaniza es afirmar que el nuevo arte no intenta plasmar la realidad observada sino que se ocupa simplemente de interpretarla y deformarla.
En el capítulo “Empieza la deshumanización del arte” lo explica más detenidamente. Primero puntualiza que entre el “nuevo arte” existen infinidad de trayectorias, de orientaciones. Sin embargo es menester hallar el mínimo común denominador, ya que como bien decía Aristóteles, las cosas diferentes se diferencian en lo que se asemejan. Aquí Ortega y Gasset, deja claro su falta de interés particular en el arte joven en sí, dejando a un lado su valoración personal. Así pues, ese factor común, esa tendencia general, es, en su opinión: la de deshumanizar el arte. Para ilustrarlo nos pone un claro ejemplo, en el que confronta un supuesto cuadro pintado en 1860 y uno a la “manera nueva”. En el primero, el artista ha buscado representar los objetos tal y como son vividos, sin descartar la posibilidad de que, no por ello, haya prescindido de toda preocupación estética. Sin embargo es notable e indiscutible la ocupación principal, la búsqueda de ese parecido con la realidad cotidiana (humana). Por el contrario, el nuevo artista, sin desligarse de un objeto inicial, toma el camino opuesto al que puede conducirnos hasta el objeto humano, en su cuadro nos cuesta trabajo reconocer el objeto originario. Con lo representado en el primer cuadro podríamos ilusoriamente convivir, con lo representado en el segundo es imposible la convivencia, ya que se ha creado un universo nuevo diferenciado del humanamente real, y eso supone en el espectador la capacidad de improvisar, crear e inventar actos inéditos adecuados a aquellas figuras insólitas.

“Esta nueva vida, esta vida inventada previa anulación de la espontánea, es precisamente la comprensión y el goce artísticos. No faltan en ella sentimientos y pasiones, pero evidentemente estas pasiones y sentimientos pertenecen a una flora psíquica muy distinta de la que cubre los paisajes de nuestra vida primaria y human. Son emociones secundarias que en nuestro artista interior provocan esos ultraobjetos. Son sentimientos específicamente estéticos.”
[2]

Puntualiza, que ante esto uno puede cuestionarse si no sería más simple prescindir directamente de la forma humana en su totalidad y construir formas totalmente originales, pero resulta impracticable. Incluso en la abstracción más pura, descubre reminiscencias de ciertas formas “naturales” y destaca que en todo caso, el “arte nuevo” es inhumano precisamente por esa operación de deshumanizar. La acción de deshumanizar implica e indica que se parte de una base irremediablemente humana, precisa de algo previamente humano. Si algo en su principio no es humano, es imposible deshumanizarlo. “El placer estético para el artista nuevo emana de ese triunfo sobre lo humano; por eso es preciso concretar la victoria y presentar en cada caso la víctima estrangulada”. La dificultad de tal hazaña, el sublime don que eso desentraña, radica precisamente en esa metamorfosis, en esa capacidad de construir algo nuevo substantivado a algo ya existente.

En el siguiente capítulo, “Invitación a comprender”, vuelve a la afirmación anteriormente expuesta de que la percepción de la realidad vivida y la de la forma artística son inconciliables como ejercicios perceptivos. Asegura que un arte que proponga al espectador esa doble mirada es en todo caso un arte bizco. Y añade: “El siglo XIX ha bizqueado sobremanera; por eso sus productos artísticos, lejos de representar un tipo normal de arte, son tal vez la máxima anomalía en la historia del gusto.” El artista nuevo se opone a la recia estructura hegemónica que durante tanto tiempo ha imperado en la obra artística. Son las convicciones y estructuras más arraigadas, más indubitables, los elementos paralizadores que estancan y ahogan más duramente la vida, la evolución. Ellas nos coartan y aprisionan. Por ello es importante cuestionarlas e incluso tirarlas abajo, por que la vida requiere de cambio, de nuevos horizontes expansivos. Todo lo que se estanca se pudre, y toda obstinación en mantener inamovibles ciertos límites signo de decadencia y debilidad. Además añade que las grandes épocas del arte han evitado que el núcleo gravitatorio de la obra, su base estructural sea lo “humano”. Y hace esta reflexión: el realismo traba la evolución estética. Si partimos de que el arte precisa de estilo, como posee estilo el arte del siglo XVIII, concluimos que el realismo no puede considerarse arte, ya que estilo viene del verbo estilizar: deformar lo real, desrealizar. Por lo tanto si estilización implica deshumanización y viceversa el realismo carece de estilo. Así pues la nueva inspiración retoma, en este aspecto, el camino real del arte, retoma esa “voluntad de estilo”.
Este cambio supone pues un ejercicio de purificación, de desprenderse de lo pomposo y deshonesto. El artista nuevo deja atrás el recurso fácil de utilizar lo humano para conmover al público, por lo que evitará reflejar en su obra lo propio y personal, que de entre lo humano es lo más humano. Para ilustrarlo Ortega y Gasset habla de la música y la poesía. Dice que desde Beethoven a Wagner la música, al igual que la poesía, es un medio de expresión de sentimientos personales, es arte confesión, es melodrama. A través de ella el artista se limita a expresar las pasiones, los dolores, las angustias y alegrías, filtrando en el espectador, estos sentimientos, de manera contagiosa y mecánica, esto es no espiritual. Sirviéndose de este reclamo el artista romántico consigue conmover al público a modo de contagio psíquico. Por lo contrario, el nuevo artista busca un arte transparente, sincero: para él el placer estético debe ser inteligente, y no emocional. Por lo tanto todo lo que sea espiritual y no mecánico poseerá un carácter perspicaz, cristalino y motivado. Ortega y Gasset distingue dos tipos de placeres: los placeres ciegos, como la alegría del borracho que tiene su causa, el alcohol, pero que carece de fundamento; y los perspicaces, que son motivados por un hecho u objeto concreto, como es el caso de la alegría de quien gana la lotería. Como el borracho, el receptor de una obra romántica, no goza del objeto artístico en sí, sino que goza de sí mismo, porque, qué tiene que ver la belleza artística, que debe situarse fuera del sujeto, con los sentimientos íntimos que en él produce. La obra provoca un goce en el sujeto, un sobrecogimiento que apenas conecta con el contenido. Esto es: le hace partícipe impidiendo así la contemplación objetiva.
El arte joven se propone simplemente ser arte y repugna la confusión de fronteras, una cosa es la vida y otra muy distinta el arte. El artista empieza donde el hombre acaba. “El destino de éste es vivir su itinerario humano; la misión de aquél es inventar lo que no existe”. El artista o autor, que viene del latín auctor: el que aumenta, hace eso, aumentar el mundo, aportar a lo real entidades irreales, extraterrestres, que se gocen a través de la mera contemplación.
Ortega y Gasset considera la metáfora como máximo recurso deshumanizador, pero también deshumaniza el simple hecho de cambiar la perspectiva y la jerarquización habituales. Además incluye entre estos recursos: el realismo llevado al extremo, que hace de lo más ordinario y desatendido el centro de la obra. De la metáfora dice que es un recurso que nos evade de la realidad creando nuevas realidades. Este elemento que se usaba para ornamentar y ensalzar la realidad, con el nuevo arte ha pasado de ser adorno y guarnición a ser sustancia.
Lo que sufre el arte con esta nueva irrupción es una inversión del proceso estético. La tendencia humana nos lleva a la errónea impresión de que la realidad es lo que pensamos de ella, tendemos a confundirla con la idea, tomando ésta por la cosa misma. Así pues tendemos a idealizar, eso es, a falsificar. Si invertimos este proceso y hacemos vivir las ideas como tales, como esquemas subjetivos, como irrealidades, y las realizamos las estaremos deshumanizando y objetivando, mundificaremos así lo interno y subjetivo. He aquí, la crucial inversión, que en el caso de la pintura la ejemplifica con el cubismo y en el expresionismo, ve en ellos el paso de pintar las ideas en vez de las cosas. En cuanto al teatro Seis personajes en busca de autor de Pirandello es la única obra de teatro en la que Ortega y Gasset ve claramente esta inversión y la describe como el primer “drama de ideas”.

Él ve tanto el arte como la ciencia pura como empresas libres y por lo tanto más dóciles y maleables, de manera que es a través de ellas que vislumbramos a modo de aviso, de premonición, cualquier posible cambio de la sensibilidad colectiva. Ante este nuevo giro en el arte, Ortega y Gasset, se pregunta cuál será pues el nuevo estilo de vida que antecede. Lo único que se atreve a afirmar que sobre todo arte futuro proviene y es influido por el arte pasado. En el arte nuevo esa es una influencia negativa, de rechazo hacia lo anterior y plantea si eso no es, al fin y al cabo, agredir e ir en contra del Arte mismo. Al fin y al cabo el arte es lo que se ha hecho hasta aquí. Y pregunta:

“Pero ¿es que, entonces, bajo la máscara de amor al arte puro se esconde hartazgo del arte, odio al arte?”...”¿Es que fermenta en los pechos europeos un inconcebible rencor contra su propia esencia histórica…?”

El autor advierte en cualquier expresión de la nueva inspiración una infalible comicidad, refiriéndose, no a que el contenido de las obras sean cómicas, sino a que, el arte se burla de sí mismo, el arte ridiculiza el arte. Esta dialéctica de su negación y ademán de aniquilamiento es su conservación y triunfo. La ironía se encuentra en el mismo hecho de ironizar sobre sí mismo. “Ser artista es no tomar en serio al hombre tan serio que somos cuando no somos artistas.” Por eso es fácil entender la irritación que sienten las personas serias, de sensibilidad más tradicional, ante una “joven” obra ya que piensan que el arte nuevo es pura “farsa”- en el mal sentido de la palabra- sin ver la posibilidad de que en la misma farsa pueda residir su misión. Pero sería “farsa” en el momento en que el artista nuevo pretendiese rivalizar con el arte anterior, y es el propio autor el primero en evitar cualquier atisbo de gravedad y trascendencia en su obra. Todo esto desvela el aire jovial del nuevo arte, es pues un arte joven, juguetón. Deja de ser el acto profético y solemne de gran trascendencia y responsabilidad para convertirse en un ensayo de crear puerilidad en un mundo viejo. Ortega y Gasset anuncia “No hay duda: entra Europa en una etapa de puerilidad.” La historia se mueve dando tumbos de un polo a otro, hay periodos en los que predominan las alabanzas a la juventud y otros a la madurez o ancianidad, unas veces a lo femenino y otras a lo masculino. En este caso se avecina en Europa una etapa de varonía y juventud. La búsqueda de la pureza en el arte, no es acto de soberbia, sino de gran modestia. A través de este ejercicio el arte se vacía de patetismo humano y queda como algo secundario e intranscendente, carente de pretensiones se desnuda y se muestra como lo que es: sólo arte. Admirable ejercicio de sincera honestidad.

Para concluir el ensayo, Ortega y Gasset, contempla el riesgo de errar en sus conclusiones, excusándose ante tal posibilidad con el argumento de que la realidad que lleva a estudio se encuentra en sus inicios. El tiempo dirá. Y finaliza: “Es muy fácil gritar que el arte es siempre posible dentro de la tradición. Mas esta frase confortable no sirve de nada al artista que espera, con el pincel o la pluma en la mano, una inspiración concreta.”

OPINIÓN PERSONAL
Opino como he dicho al principio que para rebatir las opiniones, hipótesis, estudios y conclusiones, hechas en otra época cabe tener en cuenta el privilegio que nos concede la distancia en el tiempo y cómo no, en defecto la contaminación histórica que ello conlleva. Estoy de acuerdo con algunos aspectos del fenómeno al que Ortega y Gasset denomina “deshumanización del arte”. Coincido, por ejemplo, en que el arte al que él se refiere es un arte irónico, juguetón, casi infantil a través del cual el artista se divierte, se vuelve niño. Y ojalá no nos tomáramos tan en serio a nosotros mismos y dejando aparte el orgullo y la vanidad, nos rindiéramos en un ejercicio de modestia y honestidad.
Pongo en duda, en todo caso, que el concepto deshumanizar sea el más apropiado para explicar los puntos que destrama sobre el arte de ese período: ironizar, jugar es humano. Aunque entiendo, claro está, a lo que con deshumanizar se refiere, deshumanizar para él es el acto de extraer de la expresión artística lo humano, eso es lo emocional. Es pues el rechazo y la ausencia de los aspectos patéticos e íntimos en la obra de arte y por consiguiente la exclusiva importancia del objeto en sí, de lo que puede percibirse y contemplarse a través de los sentidos. La contemplación a mi entender no tiene porque ser negativa, pero no considero negativa tampoco la obra que obliga o induce al espectador a la reflexión. Es más, hoy en día tendemos a ir tan rápido, que de la mayoría de las cosas, nos quedamos, si nos quedamos con algo, con lo sensorial, con un aspecto fugaz y anecdótico, sin apenas cuestionarnos, sin dejar que ello trascienda. Estamos hartos de contemplar, saturados. Prefiero quizás, del arte reciente, la obra que te incluye en ella, que te obliga a mojarte, a implicarte en el ejercicio artístico. Me interesa la idea de las obras no como mero objeto a contemplar sino como juego y diálogo real artista emisor/artista receptor (que no espectador, que especta), como propuestas que se extienden y expanden en la experiencia, en la participación e interacción del receptor. Así pues me cuesta ver el arte desligado de la masa, ¿quién es la masa?, está claro que toda obra es incapaz de llegar a todo el mundo, pero es importante e interesante plantearse ¿a quién quiero llegar a través de mi obra?. Más que considerar a la masa capaz, es a los individuos que la conforman a quienes puedo considerar capacitados o no. Cualquier individuo es un receptor en potencia, es más, cualquier individuo es un artista, un creador en potencia.
Estos son tiempos de sobreproducción artística, como de sobreproducción de casi todo, resultante de aquel “arte nuevo”, y del sistema en el que vivimos, y es necesario, en mi opinión ampliar el campo de mira. En esta nueva era de globalización es imposible contemplar un solo arte como hegemónico y preferente. Coexisten múltiples líneas de trabajo, múltiples fenómenos artísticos. El arte resultante de ese “arte nuevo” son tantos artes, que es muy difícil contemplar el arte actual en su totalidad. Además todo va tan rápido, y es tan difícil abarcarlo todo… Pero en todo caso no creo que el mínimo común del arte actual sea la búsqueda de que la obra no exprese ninguna realidad vivida.
Creo que el arte es mucho más que aquel de vanguardia, cualquier arte es producto de una cultura, de una sociedad así como las personas y por lo tanto los artistas. El arte nace, convive, y se consuma en el ente abstracto que es la masa social. A demás sea cual sea la obra, siempre se filtra en ella alguna realidad vivida, ya que aunque en ella predomine la idea hay que entender que esta se gesta y se desarrolla en la experiencia vivida.

[1] Véase página 50 J. Ortega y Gasset, La deshumanización del arte, Madrid, Espasa, 2004.

[2] Véase pág. 64 J. Ortega y Gasset, La deshumanización del arte, Madrid, Espasa, 2004.

1 comentario:

Audiolibros en castellano dijo...

Comparto con vosotros un audiolibro de La deshumanización del arte. Espero que ayude a aquellos que tengan dificultades para leer o por cualquier motivo no tengan acceso al libro.

https://audiolibrosencastellano.com/jose-ortega-gasset/deshumanizacion-arte

Un saludo :)